II Serena la luna alumbra en el cielo, domina en el suelo profunda quietud; ni voces se escuchan, ni ronco ladrido, ni tierno quejido de amante laúd. Madrid yace envuelto en sueño, todo al silencio convida, y el hombre duerme y no cuida del hombre que va a expirar; si tal vez piensa en mañana, ni una vez piensa siquiera en el mísero que espera para morir, despertar; que sin pena ni cuidado los hombres oyen gritar: ¡Para hacer bien por el alma del que van a ajusticiar! ¡Y el juez también en su lecho duerme en paz! ¡y su dinero el verdugo placentero entre sueños cuenta ya! Tan sólo rompe el silencio en la sangrienta plazuela el hombre del mal que vela un cadalso al levantar. Loca y confusa la encendida mente, sueños de angustia y fiebre y devaneo el alma envuelven del confuso reo, que inclina al pecho la abatida frente. Y en sueños confunde la muerte, la vida. Recuerda y olvida, suspira, respira con hórrido afán. Y en un mundo de tinieblas vaga y siente miedo y frío, y en su horr