SOLENTINAME - CUNA DEL PRIMITIVISMO EN NICARAGUA.


El Archipiélago de Solentiname es un grupo de islas situado en el extremo sureste del lago Cocibolca O NICARAGUA. Pertenecen políticamente al municipio de San Carlos, que es la cabecera departamental de Río San Juan.
El archipiélago consta de 36 islas e islotes de diverso tamaño con una superficie total de 40,2 km². Las principales islas debido a su tamaño y número de pobladores son la isla Mancarrón, la Elvis Chavarría y la isla Donald Guevara (conocida localmente como La Venada y la Venadita. Las principales actividades económicas son la agricultura, pesca artesanal, pintura primitivista y artesanía. Solentiname por ser valorado con alta riqueza natural, cultural e histórica, fue declarada área protegida, bajo la categoría de Monumento Nacional bajo el Decreto No. 527 y por resolución No. 6699 del MARENA (Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales). En sus aguas se encuentran tiburones de agua dulce, se pensaba que esta especie era endémica del lago, sin embargo se ha determinado que los tiburones pertenecen a la especieCarcharhinus leucas. Otras especies marinas que habitan tanto el lago como el Río San Juan, incluyen: peces sierra y sábalo real (Megalops atlanticus). La vegetación consiste en bosque de transición del trópico húmedo al trópico seco. La precipitación anual oscila entre 1400 y 1800 mm, concentrándose las precipitaciones entre mayo y diciembre. La temperatura promedio anual es de 26° C.
Al igual que otras islas del lago (archipiélago de Zapatera o la isla de Ometepe), el archipiélago Solentiname fue el solar de una cultura precolombina de la que aún pueden observarse una gran cantidad de petroglifos, con figuras de pájaros, monos o personas.
Actualmente, gracias al impulso del poeta, ex sacerdote y antiguo político Ernesto Cardenal, el archipiélago se ha convertido en residencia de numerosos artistas y sede de un movimiento pictórico de características propias.



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NICARAGUA

La revolución de Solentiname

jueves 03 de mayo de 2012 Hace 42 años, un cura barbudo y desgarbado que usaba boina y cotona y escribía poesías llegó a Solentiname, un archipiélago de agricultores muy pobres situado al fondo del lago Cocibolca, a fundar una comunidad contemplativa. La llegada del sacerdote sin sotana produjo una revolución cultural en el olvidado archipiélago. Décadas más tarde, el caserío es célebre dentro y fuera del país por sus livianas artesanías y por la pintura primitivista.


A media mañana, cuando el agua plateada del lago Cocibolca es un espejo que ciega y el calor un virus que infecta la piel como un pica pica que no se cura ni a la sombra del árbol más frondoso, Lidia Castillo, de 37 años, se refugia con el mismo encanto que lo haría una niña en su casa de muñecas, en el taller de artesanía que ha montado en el extremo derecho de su casa en Mancarrón, la más grande y la más poblada de las 38 islas de Solentiname, en el departamento de Río San Juan.
El taller de Lidia parece una juguetería de peces, tortugas y mariposas. Colgando del techo se ven las figuritas de animales marinos organizados en móviles. Los mece a su antojo el aire que se cuela por la malla que hace las veces de ventana. También hay ristras de peces de colores verdes, rosados, rojos y amarillos, adentro y encima de la vitrina que Lidia ha colocado en el taller para exhibir y vender el fruto de ese trabajo que empezó hoy a eso de las diez, luego que vino de bañarse en la playa, adonde van a asearse la mayoría de los poco más de mil pobladores del paradisíaco archipiélago, que se descubre al final del Cocibolca, casi al voltear para el río San Juan.
En esta jornada, trabajan con ella los demás miembros de su familia: su esposo y dos hijos. El marido y el hijo menor están en el patio, cortando y tallando la madera, mientras Lidia se dedica a pintar y dibujar, junto a la mayor, Daniela, 14 años, quien también decora y dibuja con esmero un paisaje, en realidad una reproducción diminuta de Solentiname, sobre la concha de una pequeña tortuga de balsa.
Están sentadas una al lado de la otra en una de las 22 casas que hay en El Refugio, el pueblito de Solentiname que se construyó en los años ochenta con financiamiento italiano y que conserva el nombre del primer asentamiento humano que hubo allí.
Lidia, que se pone gafas para dibujar, vigila los delicados trazos deDaniela, quien parece un clon de su madre con 20 años menos: morena, bajita, bastante más delgada, y con un pelo negro crespo rebelde que se agarra en una moña firme encima de la nuca. "Ella quiere dedicarse a esto también. Yo la dejo y la apoyo, sólo la voy corrigiendo", dice Lidia con una sonrisa de orgullo.
Lidia es una de los 20 artesanos de balsa de Mancarrón, que en estos días, junto a los artesanos de San Fernando, la isla vecina, fabrican artesanía para una expoventa que tendrán en un centro comercial de Managua.
Desde hace más de 15 años Lidia se dedica a este oficio que aprendió de sus padres, hermanos y vecinos que trabajan en lo mismo en los corredores y en los patios de sus casas.
Y desde hace cuatro décadas, gracias a la llegada providencial de uncura barbudo que llegó buscando soledad a este archipiélago, los campesinos de esas 38 islas empezaron a usar los machetes para algo más que para arrancar los matorrales de la tierra.

Tiempo de primitivismo
El árbol de balso, una madera que crecía en todos los rincones de las islas y en cualquier vereda del río San Juan, que es suave y tan maleable para el machete como lo es la plastilina para los dedos se transformó en la materia prima de las figuras que materializaron la imaginación de los primeros artesanos de Solentiname.
Este salto de agricultores a artesanos de balsa al que Lidiapertenece, ocurrió a finales de los años sesenta, y se reveló en el archipiélago al mismo tiempo que el otro gran bastión cultural: lapintura primitivista.
El primer pintor de Solentiname que se recuerda fue Eduardo Arana, un campesino de la isla que en 1968, cuando el mundo se convulsionaba en otras latitudes, se detenía a contemplar por las tardes, durante horas y a veces a escondidas, los trazos que daba al lienzo el hoy célebre pintor Roger Pérez de la Rocha. Con 18 años,Pérez, era entonces sólo un proyecto de pintor que había desembarcado en Mancarrón con las muñecas vendadas por haberse cortado los pulsos en Managua, a causa de una profunda crisis existencial, dice él.
El pintor que durante su estancia en las islas se pegaría un tiro en una pierna derecha, sin graves consecuencias, llegó a Solentiname de la mano del cura y poeta Ernesto Cardenal, quien accedió a la petición de su amigo, el escultor y director de la escuela de Bellas Artes,Rodrigo Peñalba, quien se preocupó por el joven talento.
Cardenal, que sería el descubridor del arte entre aquellos campesinos, había atracado en Mancarrón apenas dos años antes. Después de atravesar un maltrecho muelle de piedras y de abrirse paso entre la tupida maleza, el cura trapense se estableció en una hamaca en Solentiname con el firme propósito de fundar una comunidad contemplativa, a la que se integraran hombres célibes dispuestos a soportar la soledad y la pobreza. Estaba lejos de imaginar que su búsqueda de soledad se vería inundada por la precariedad y la alegría de una comunidad abandonada.

Escorpiones en la casa
Lo único vivo que hay ahora en la casa solitaria de Ernesto Cardenal de Mancarrón son dos huevos de escorpión que están arrullados debajo de la almohada encima de la cama del poeta, y que descubre con cierto asombro María Guevara, de 58 años, una de las lideresas del clan de los Guevara-Silva, los hermanos de Solentiname de reconocida trayectoria sandinista que pusieron un mártir en la etapa de la insurrección, Donald Guevara, y al único diputado sandinista que ha habido en el departamento, Alejandro Guevara, fallecido en un accidente en 1993.
La casa de Cardenal en la isla parece hecha para un asceta, alguien sin distracciones que vive dedicado a la meditación. Su mobiliario es elemental. La cama es de níspero, la misma madera con que está construida la casa entera y el resto de los muebles. Al lado del lecho hay una mesa de noche en la que no asoma ni una veladora, y a los pies un modesto librero, armado con tablas y ladrillos, en el que reposan media docena de libros, entre los títulos está un diccionario enciclopédico de Grijalbo con prefacio de Jorge Luis Borges, unNuevo Testamento de salmos y proverbios y el poemario Cazadora de sueños de Zulema Moret, y tres más en inglés.
Frente a la cama se ve el escritorio rectangular y amplio como el de un cartógrafo, con un cenicero de piedra de San Juan de Limay y dos lámparas dirigidas, seguramente para iluminar las lecturas que tendrá Cardenal por las noches en Solentiname, adonde llega a veces como un fantasma que se vuelve de carne y hueso cuando platica con los muchachos de El Refugio interesados en la poesía. Se reúnen en la iglesia, donde ya no se celebran misas, pues no hacen falta, hoy la mayoría de la gente se ha hecho evangélica en Solentiname. Los talleres con el poeta, los organiza la Asociación para el Desarrollo de Solentiname (APDS), la ONG que creó en los ochenta y que sirvió para canalizar la ayuda que llegó en esos años, y que hoy administra unos cuantos bienes: la biblioteca, el museo, la iglesia, el hotel Mancarrón –desde hace unos años epicentro de una disputa que salpica al poeta-, las tres cabañas para huéspedes, las siete escuelas primarias y la secundaria, que funciona en la escuela de Mancarrón, y que están distribuidas por las islas más habitadas del archipiélago.

La presencia del poeta
María Guevara o Mariíta, como le dicen de cariño los que se le
acercan, cuenta que cuando el poeta llega pasa mucho tiempo en el corredor de la casa, leyendo, pero también contemplando el paisaje del lago que asoma con sus flecos plateados por los dos extremos de esa nariz de tierra que es la punta de Mancarrón que compró hace más de 40 años, y que simplemente es fascinante. Tanto como la majestuosa ceiba de imponente sombra que se descubre al lado izquierdo de la casa, y que, definitivamente, le resta protagonismo a las flores de jalacate y las avispas sembradas alrededor en las que revolotean unos colibríes verdes y azulados.
"El viene aquí para estar en paz", dice como una sentencia Mariíta, la amiga del poeta. Seguramente en la búsqueda de paz pensó Ernesto Cardenal la primera vez que oyó hablar de Solentiname.
En el libro Las Insulas Extrañas, el segundo tomo de sus memorias, Cardenal escribe que su hermano "Popo" le describió unas islas muy bellas, habitadas, con buen clima y tierras fecundas. "Inmediatamente sentí que allí tenía que ser, y nadie me sacó de eso", escribe Cardenal en sus memorias y confiesa que inicialmente había pensado en fundar su comunidad en el río San Juan, un lugar que amaba.
"Solentiname estaba fuera de las rutas del progreso, y fuera de las rutas del transporte, y fuera de la historia, y hubiera estado fuera de la geografía si esto hubiera sido posible", reflexiona Cardenal.
Otro episodio que Cardenal refiere y que refleja el olvido del Solentiname, es que por esa época, los años sesenta, había un concurso en un programa de radio que daba un premio por responder la siguiente adivinanza: “...diga usted ¿dónde queda el archipiélago de Solentiname?”.
Cardenal se instaló en Mancarrón, luego de comprarle la finca Pueblo Viejo (poco más de 90 manzanas) a Julio Centeno, el padre del actual Fiscal del país que se llama igual.
No muy contento al principio, porque había un zancudero que no dejaba dormir y gente bastante cerca, el poeta y sus dos acompañantes, agradecieron luego el haber ido a parar a una isla con vecinos alrededor.
De esos primeros años en Solentiname, Cardenal recuerda que la vida era muy dura para la poblaciónSan Carlos, hasta donde la gente iba para abastecerse de productos esenciales como jabón y azúcar, quedaba a casi un día de viaje en los botes de remo que inmortalizaron los primeros primitivistas. Hoy en una lancha rápida con un motor fuera de borda está a media hora, aunque el transporte público sigue siendo lento y escaso.
William Agudelo, uno de los dos acompañantes colombianos que arrimaron con Cardenal a Solentiname en esa época -el otro fueCarlos Alberto Restrepo que luego se fue por razones de salud- recuerda que al principio el cura, que les impuso como uniforme de la comunidad la cotona, el blue jeans y las botas de hule, trataba de vivir apartado.
Con la comunidad se mezclaba durante la misa en la iglesia derruida que encontraron al llegar y que ellos remozaron con los consejos de un primo de Cardenal, el arquitecto Eduardo Chamorro Coronel. La gente viajaba en sus botes de remo desde las islas vecinas, para escuchar al cura que usaba boina, después de la eucaristía, y que no los regañaba como lo hacía el padre Chacón, que venía de Chontales con su Biblia y se iba con las manos cargadas de gallinas.
Agudelo, de 69 años, que era un escritor en ciernes que había trabado amistad con Cardenal en el seminario de La Ceja enColombia, recuerda que en esos primeros años en Solentiname, casi todos los proyectos agrícolas que intentaron sacar adelante, y en los que involucraron a los muchachos del archipiélago, fracasaron.
En buena medida, durante esos primeros años, sobrevivieron con el dinero que Cardenal obtenía mediante préstamos en los bancos y gracias al apoyo de amigos como los empresarios Mántica y de parientes como Pedro Joaquín Chamorro, director de La Prensa. En ese grupo de amigos, que eran más bien cómplices de su empresa, también estaba el poeta Pablo Antonio Cuadra, quien se encargaba de la Prensa Literaria, desde cuyas páginas ayudó a tejer el mito de Solentiname.
En la primera etapa de su estancia, fue clave para Cardenal la
entrañable amistad que tenía con el poeta José Coronel Urtecho, quien vivía muy cerca de allí con su esposa María Kautz, en la finca de Las Brisas, situada en una vertiente cercana al río San Juan.

Huraño pero comunitario
A pesar de su carácter huraño, Cardenal no pudo evitar los mimos en la cocina de doña Adelita, la esposa de don Rafael Arana, una mujer que le había pedido a Dios el milagro de mandar un cura a ese archipiélago en el que ninguna autoridad reparaba, pues no había escuela, ni centro de salud, mucho menos una iglesia con cura.
En pago por la súplica escuchada, doña Adelita se ofreció a ser la cocinera del sacerdote. Cardenal sólo la aceptó a cambio de un sueldo.
Tampoco pudo evitar emplear como jornaleros a los muchachos de la comunidad que querían trabajar con él porque pagaba más que en las fincas vecinas. Así es como fueron llegando Alejandro Guevara,Elbis (así lo escribía él) ChavarríaFelipe Peña y Laureano Mairena, todos fallecidos ya en distintas circunstancias y con estatura de héroes.
Y por más que no le gustara y que la soledad, la contemplación,  fuera el fin original de su viaje a ese sitio inhóspito que estaba lleno de pájaros y culebras, Cardenal, tampoco pudo evitar que el archipiélago se invadiera de una fauna humana de todos los tamaños y pelambres, que comenzó a llegar para conocer la comunidad del poeta que había traducido a Whitman.
Uno de los primeros que desfiló fue el poeta newyorkino, Donald Gardner: Les cayó como un espanto cuando estaban en plena meditación durante la noche, recuerda Agudelo.
Más tarde, llegó el grandulón de Julio Cortázar, quien segúnAgudelo, se aficionó a los mojitos cubanos de Solentiname, los que nunca antes había probado en Cuba a pesar de sus múltiples viajes, los vino a descubrir en ese paraíso remoto de Nicaragua.
Cardenal, que acogió el pensamiento de Thomas Merton, su amigo y guía espiritual que alguna vez le dijo que la mejor regla era que no había reglas, se fue impregnando de la vida y las necesidades que tenían los habitantes del archipiélago al punto que craneó soluciones para sacarlos de esa pobreza sempiterna.
Primero le dieron pincel y el lienzo a Eduardo Arana, quien como una fotografía surrealista hizo el primer cuadro primitivista de Solentiname, y luego, descubrieron los guacales labrados de don Rafael, el marido de doña Adelita, que recogía animales y escenas de ese paisaje que tenía alrededor. A través de Eufredito Argüello, que hacía figuras con la madera de balso, hallaron la materia prima perfecta para la cantera de artesanos.
La teología de la liberación, que entre sus principios postula la defensa de los pobres y rechaza el capitalismo, aterrizó en Solentiname en un momento en que la dictadura arreciaba su represión en el país.
Poco a poco, y con la guía de Cardenal, los solentinameños empezaron a comentar los evangelios. En el capítulo nueve de Lucas, la Biblia dice: "Entonces, Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera espíritus malos y se lo prohibimos, porque no anda con nosotros. Pero Jesús le dijo: No se lo prohíban, porque el que no está contra nosotros está con nosotros".
Laureano Mairena -uno de los que luego cayó en combate- escucha ese evangelio durante la misa y comenta: "Yo creo que en realidad era un discípulo de Jesús que andaba por allí desperdigado, y los otros discípulos no sabían que él también era discípulo, pero Jesús sí lo sabía. Y porque era discípulo de Jesús, es que hacía milagros".
Antes que él, intervienen MarcelinoElbisFelipeWilliamAlejo y la mamá de Alejo.
Agudelo recuerda como una de las experiencias más bellas de esa época los comentarios del evangelio de Solentiname, recogidos en tres gruesos tomos.
Los evangelios, la pintura, la artesanía desembocaron en el Club Juvenil, una organización de jóvenes que hacía fiestas en las que los tragos eran medidos y que se amenizaban con las guitarras de Elbis y de Alejandro, que les enseñó a tocar William Agudelo. El gigante palo de mango que se alza a la entrada principal de la iglesia fue testigo de aquellos bacanales sanos e irrepetibles que, según Mariíta, no volverán a ocurrir nunca más.
De esa pacotilla de muchachos alegres, que rechazaban las tropelías del somocismo, salieron los 11 que aquel 13 de octubre de 1977 atacaron el cuartel de la Guardia Nacional en San Carlos. Ese día acabó el tiempo de gracia, ese especie de encanto en el que había vivido Solentiname entre 1966 y 1977.

La Venada
El primer promontorio verde y tupido que se divisa viniendo de San Carlos, es La Venada. Parece la última, pero quizás es la primera de las 20 islas pobladas que tiene Solentiname. Entre sus charrales verdes saltan pájaros amarillos y celestes y algunos chocoyos que huyen en bandadas que dibujan puntas de flecha en la bóveda celeste.
Bajo ramaje que cae sobre el agua como los flecos de un niño sobre la cara se esconden los monos congos cuyos gritos furiosos, señal de protesta por la invasión humana, sólo se escuchan cuando cesa el ruido monótono de los motores de los botes cesa sobre las aguas plomizas del lago. Encima de algunos troncos y ramas gruesas se solazan un par de iguanas, que la gente de la zona llama lapos.
De lejos, no son muy visibles el muelle ni las casas de colores olorosas de La Venada. Ya en el atracadero se ve la pequeña cuesta que lleva hasta la primera casa, la del pintor Rodolfo Obando, de 69 años, el patrono de una cepa de pintores que surgió en los años del evangelio y que se multiplica hasta hoy.
Don Rodolfo fue uno de los primeros pintores naif de Solentiname. El día que descubrió que su trazo era firme se alegró y pensó que dejaría de sembrar maíz y frijoles, aunque nunca dejó esa actividad del todo.
Hasta hace poco, este hombre alto y enjuto, seguía pintando, pero el azúcar (diabetes) ha provocado estragos en su salud y en su visión. “Espero recuperarme pronto para volver a pintar”, dice don Rodolfo, quien ha perpetuado la belleza del archipiélago en casi todos los ángulos posibles y en todos sus detalles. Igual lo han hecho su esposa, que en este momento está en la playa, y cuatro de sus ocho hijos que heredaron de ellos el gusto por el pincel.
Los cuadros de Obando y sus hijas SilviaClarisaMarina yYorlene se venden ahí mismo, también en el casa taller de San Fernando, la isla vecina, donde los artesanos y pintores construyeron un espacio para exhibir y vender su arte. Con suerte, algunos de esos paisajes se ven enrollados en las mochilas de los turistas. Sólo el año pasado, llegaron al archipiélago 700. La mayoría de ellos provenientes de Europa (Italia, España, Alemania, Francia), algunos de Costa Rica, el vecino país y los menos nacionales.
Otros cuadros se venden en algunas galerías de Managua yGranada, aunque los pintores confiesan que en la actualidad los lazos con estas vitrinas de arte no están muy fortalecidos. Son más estrechos los convenios que ahora tienen los artesanos para exportar y vender sus piezas. Por ejemplo, los artesanos afiliados en la UPAS(Unión de Pintores y Artesanos de Solentiname) tienen ahora un contrato con un organismo holandés que les compra 2.000 piezas al mes. Muchos, por su cuenta, se arreglan directamente con casas de artesanía de la capital como Mamá Delfina o la galería Códice. "Tenemos que mejorar esa parte", reconoce Silvia Obando, que por estos días está empezando una obra.
En la familia de don Rodolfo la pintura es una cantera ilimitada. Además de sus hijas tiene una camada de nietos que también pinta.Julio Obando, 21 años, y Heisell Madrigal, hacen parte de la nueva generación. Heisell que coge el pincel por las tardes y pinta frente a un paisaje que es una pintura en sí mismo que cambian de tonalidades conforme va cayendo la tarde, dice que se diferencia de su madre, y aún más de su abuelo, en los colores fuertes y en los detalles. Podrán ser distintos, pero los cuadros de don Rodolfo y de Heisell tienen un rasgo en común que cambió para siempre desde 1966, cuando Cardenal desembarcó en medio de una nube de zancudos de Mancarrón: ya nadie podrá olvidar dónde es que queda Solentiname.

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